Ayer acabamos con el último de... ¿cómo es posible? es uno de mis autores favoritos y ahora resulta que no me sale el nombre...de éste que es tan guapo, el de la trilogía en Nueva York... Ya, no? pues con el último de ese. Hemos estado alargando las noches. Alargamos el comienzo de la lectura porque, pasen los años que pasen, siempre tememos que esta vez nos defraude. Y lo hacemos sin querer, sin apenas darnos cuenta: un día compramos el libro, casi hasta con fastidio, como si fuera por una obligación que nadie nos impone; y lo dejamos en cualquier sitio: apoyado en unas baldas la habitación, debajo de otros libros que estamos leyendo, en la mesa del salón, junto a papeles que están ahí para ser ordenados... Un día lo cogemos: nos hemos quedado sin libros porque acabamos de dejar alguno que nos ha apasionado; y no tenemos otro. Y empezamos, seguimos, de mala gana; casi, casi, ya lo hemos dicho, obligados. Y es entonces cuando empezamos a alargar las noches, secretamente satisfechos y felices de llegar a la cama para poder leerlo. Y no avanzamos rápido, no queremos avanzar rápido y hay noches en las que después de algunos párrafos cerramos el libro y no queremos gastarlo, como cuando no había muchos pasteles y nos los comíamos muy despacio para ser los últimos en seguir disfrutando. Delante de nuestros hermanos, claro, entonces los padres no contaban mucho.
Era... Paul Auster. No pretenderéis que me acuerde también del título.
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