Había empezado a ir al baño y no paraba. ¿Era el agua?, ¿la cantidad de sólidos retenidos durante los días de trabajo ininterrumpido? El apartamento estaba bien, y estaba sola. Habían decidido ir a pasar unos días a Andorra con los amigos, como en los viejos tiempos. Entonces iban a Andorra porque mientras unos esquiaban, el resto, de carácter más sosegado o quizá precisamente por lo contrario, se dedicaban a la vida contemplativa: largos desayunos en pijama, lectura, baños relajantes, paseos despreocupados viendo tiendas... Andorra había sido el paraíso de sus Noches Viejas a esa edad en la que todos los miembros de la cuadrilla están ya sólidamente emparejados, o eso se piensan, pero en la que todavía no han llegado los niños. Ni las muertes. El último año, a la vuelta, había sucedido precisamente una de aquellas muertas definitivas. Después fueron llegando las ceremonias en el juzgado, las bodas más o menos progres (aunque la mayoría fueran con cura, todo hay que decirlo), los embarazos, el adosado de cooperativa de izquierdas, las conversaciones eternas sobre riegos automáticos de ellos y, hasta cierto punto, la vida algo confusa de ellas: se acabó Andorra.
Por eso este año habían decidido volver: los chiquillos era ya suficientemente grandes y algún día tendría que ser. La vida te regala paisajes, días maravillosos de sol radiante y el aire, pero la vida siempre te va robando lo que más quisiste. Quizá el próximo año, quizá con la próxima muerte, quizá cuando los chiquillos sean todavía algo más mayores... Quizá las posibilidades, los largos desayunos en pijama hablando de las cosas que sólo hablas con los amigos; y de aquellas formas; y las risas.
(A P&P, a P&N y a Ampy que, impertérrita, asiste a nuestras citas)