Solemos volver por dónde solíamos; y a esta vuelta, redundante, irónica o cruel, la llamábamos falta de voluntad (u obligaciones, que de todo había). Hasta que el mundo nos paró, o se paró a nuestro lado, y hubo que nadar, esta vez, sin saber dónde habríamos dejado ni la ropa ni la merienda. El río traía voces extranjeras.
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