jueves, 24 de junio de 2010

Desazón

Hace poco el Instituto Cervantes volvio a proponer una votación para buscar la palabra más hermosa del castellano (ya sé que es español, ya, pero que a mi no me sale). Pues bien, si desazón no existiera, habría que inventarla. O recuperarla. Desazón, qué bonita. No tiene nada que ver con depresión, ni con rabia, ni con nada de lo que podamos ocuparnos, es sólo desazón, un estado interior que, al menos a mi, me devuelve a la infancia, a mi madre cuando nos tenia que tener a todos preparados y listos al mismo tiempo. Para ir a misa, por ejemplo. Cuenta mi madre que, alguna vez, ya completamente desazonada, se plantaba frente a mi padre y lo trataba de convencer de que aquello era absurdo, que éramos demasiado pequeños y que no hacía falta que fuéramos todos a misa; y que ella se quedaba. Mi padre parecía darle la razón y entonces convenían que de acuerdo, pero que sería él el que se quedaría con los chiquillos en casa. Por unos segundos mi madre parecía haber ganado la partida: quizá mimosa y complacida, se preparaba ella sola y se iba. Cuenta mi madre como, estando en misa, quizá en las primeras bancadas, sola y por fin guapa, oía abrirse la puerta de la iglesia y que no necesitaba mirar, que sabía que era mi padre el que entraba y que nos traía a todos: a medio vestir, sin peinar, tal y como nos había dejado ella.

Y que se hubiera quedado allí mismo muerta.

3 comentarios:

añil dijo...

Menuda escena.
Seguro que estábais monísimos y tu madre sonriendo.

Un beso

Harry Sonfór dijo...

Ah, qué bonito escribe, Marideliwes.

marideliwes dijo...

Para bonito (y suelto, y sin trompicones y requetebien) lo que usted escribe, Sr. Sonfór, que me tiene loca :-)

Un beso, añil.